Ayer fuimos a la librería Agrícola. Yo me llevé un póster de pajarillos del bosque, Lucas escogió uno de mariposas (diurnas y nocturnas) y Violeta uno de anfibios.
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Por las tardes, antes de que se ponga el sol, llega la hora de los estorninos. El otro día subimos a la azotea los cuatro. Violeta se sentó en una silla y dibujó uno de los pinos carrascos de la avenida sobre los que se echan cada noche. Lucas miraba las bandadas de estorninos con cara de felicidad y mi chaqueta vaquera puesta. Ha empezado a refrescar.
(Esto es de hace un mes, obviamente. La chaqueta vaquera está ya con la ropa de verano.)
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Los despertamos y el cielo está rosa y azulón. Los estorninos se están levantando y hay una bandada especialmente grande esta mañana. Lucas quiere verlo. Le recuerdo como cuando tenía cinco años me decía “No me interesan los pájaros” y no se lo quiere creer. Pero yo me acuerdo muy bien. Le encanta decirme lo poco que le gustan las cosas que me gustan a mí, aunque luego le acaban gustando a él también…
Me alegro de que le cueste creerme. Tanto le gustan ahora los pájaros.
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Le digo a Violeta que se levante a ver la luna. Ya no está llena, llena, pero brilla al amanecer. Me hace caso y de pronto vemos como un bandada de estorninos detrás de otra vienen hacia nosotras y se desvían de nuestra ventana en el último momento. Qué espectáculo.
Enhorabuena Paula. Es un texto muy bueno.
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¡Gracias!
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Precioso, Paulova.
¡Y precioso que les gusten los pájaros!
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¡Gracias, Meri!
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Qué suerte tener estos espectáculos tan cerca y qué suerte también que ya les gusten los pájaros, es una puerta abierta a una alegría continúa. ¡Lo contento que estaría su bisabuelo! Sobre todo de ver que les gustan por ti.
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😀
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