Cuestionario Nido de ratones: Yaiza Santos

¿Cuál era su libro favorito de niña?

Los hijos del vidriero, de Maria Gripe. Lo leí unas cuatro veces. En mi memoria es triste y profundo. Aún recuerdo el epígrafe: «Quien no conoce su destino puede vivir despreocupado».

¿Recuerda algún libro ilustrado con especial cariño?

El Quijote en seis tomos de Ediciones Naranco que vinieron a vender a mi guardería cuando yo tenía cuatro años (¿a quién se le ocurre, pienso, cuando apenas aprendíamos el abecedario?) Me lo compró mi abuelo y aún lo conservo.

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¿Quién le recomendaba libros cuando era pequeña?

Las profesoras. Podíamos llevarnos a casa un libro —imagino que era así en todos los colegios— un día a la semana y devolverlo a la siguiente o a las dos semanas. Así descubrí a Michael Ende o a Roald Dahl, ya para siempre conmigo. Las lecturas de mi generación las nutrían las colecciones El Barco de Vapor y Alfaguara Juvenil. Los libros de aventuras clásicos los descubrí de veinteañera.

¿Leía a escondidas?

Nunca en clase, pero sí en la cama a escondidas. Así leí mi primer libro de un tirón, La princesa de los elfos, de Sally Scott. (Ya digo que El Barco de Vapor y Alfaguara Juvenil nutrían las lecturas de mi generación.)

¿Se compraba sus libros, iba a la biblioteca, tenía libros en casa…?

Mi padre fue socio por un tiempo del Círculo de Lectores sin ser especialmente lector, así que había en casa una bonita colección de clásicos y enciclopedias que decoraban un salón precioso, pero que nadie usaba. Tampoco mi madre era lectora; sin embargo, siempre se sintieron muy orgullosos de que mi hermana y yo sí lo fuéramos. Los libros fueron un regalo habitual en cuanto vieron que nos gustaba leer. Más que comprarlos, siempre fui una gran usuaria de bibliotecas (quizá por eso, a diferencia de mi marido, no soy fetichista de los libros; me encantaría deshacerme al menos de un tercio de los miles que tenemos).

¿Tiene alguna anécdota de cuando era pequeña relacionada con los libros?

Con cuatro o cinco años, cuando apenas empezaba a leer, mi abuelo me llevaba todas las semanas a comprar los coleccionables de El Libro Gordo de Petete. Él me daba la revista y se guardaba de inmediato otras hojas que a mí me parecían aburridísimas. Eran los cuadernillos que servían para integrar los verdaderos «libros gordos» después, con unas tapas de colores. Lo entendí cuando me los dio –llegó a juntar cinco: azul, verde, naranja, fucsia y amarillo–, a los nueve años, cuando me mudé con mis padres de Huelva a Aranjuez (rompiéndole un poco el corazón).

¿Qué tres libros para niños recomendaría?

Cualquiera de Isol, una maravilla que descubrí estando embarazada de mi primogénita y que mis hijos disfrutan como locos. Y La peor señora del mundo, de nuestro querido amigo Pancho Hinojosa, verdadero best-seller.

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Algunas ediciones nuevas de libros antiguos retocan los textos para que resulten políticamente correctos. Es el caso de Los cinco, de Enid Blyton. ¿Qué le parece?

Me enerva. El lo que llamo el síndrome de Dora la Exploradora: sacar de las historias para niños cualquier atisbo de conflicto. ¿Así se les prepara para la vida?

¿Cree que está bien planteado el tema de la lectura en el colegio?

En el de mis hijos creo que sí, aunque no me preocupa mucho. El problema, al menos en México, no es tanto la lectura en los niños, que suelen ser grandes lectores, sino el «desenganche» del hábito cuando crecen.

 ¿Cómo enfoca el tema de la lectura con sus hijos?

De una manera natural, creo yo. Desde bebés sintieron curiosidad por los libros y aprendieron a leer muy pronto. Nos ven leer, les leemos cuentos antes de dormir, les compramos libros. Es un artefacto familiar, en todos los sentidos, ja.

Sobre Yaiza Santos

Yaiza Santos (Huelva, 1978) es periodista y editora afincada en México. Ha publicado, entre otros medios, en Letras Libres, el diario ABC, Jot Down Magazine y El País Semanal.

Cuestionario Nido de ratones: Verónica Puertollano

¿Cuál era su libro favorito de niña?

Jim Botón y Lucas el Maquinista, de Michael Ende. Lo leía una y otra vez, y lo conservo con mucho cariño.

¿Recuerda algún libro ilustrado con especial cariño?

Una colección de cómics o cuentos, no recuerdo bien, de los años 70, con estética de El submarino amarillo de los Beatles (piernas gigantes acampanadas, etc.). Ojalá recordara qué colección era.

¿Quién le recomendaba libros cuando era pequeña?

Mi madre. Era socia de Círculo de Lectores, y siempre compraba un libro para mí, que yo leía con diligencia. Y se aseguraba de que para Reyes siempre me cayeran juguetes, carbón y también libros. Recuerdo con especial cariño un libro de cuentos de Oscar Wilde (que también conservo) y los Cuentos para jugar, de Gianni Rodari.

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¿Leía a escondidas?

De pequeña nunca hizo falta. Pero sí de mayor.

¿Se compraba sus libros, iba a la biblioteca, tenía libros en casa…?

Mi madre me compraba siempre los libros, y luego me los empecé a comprar yo. Como dice mi amigo Juan Claudio de Ramón, hay dos placeres distintos: comprar libros y leerlos. No he abandonado ninguno de los dos.

¿Tiene alguna anécdota de cuando era pequeña relacionada con los libros?

Mi madre me enseñó a leer antes de entrar en el colegio. Mi profesor de 1º de EGB había pedido que lleváramos un libro el primer día de clase. A mi madre no se le ocurrió otra cosa que mandarme con El Quijote. Y yo leía de corrido, cosa que dejó estupefacto al profesor. Así que el primer día de clase me llevó por todas las aulas del colegio para que leyera en voz alta.

¿Qué tres libros para niños recomendaría?

No sabría decir títulos concretos porque no me he visto en la circunstancia de tener que buscar libros para niños, pero sin ninguna duda serían libros que despertaran la curiosidad por la ciencia. Y si fuese narrativa, como mínimo que estuviesen bien escritos y no falsearan la naturaleza humana. Me llama la atención el libro que ha sacado Ferran Adrià para niños. La cocina es cultura y, aunque no lo he hojeado, me encanta la idea de un libro de cocina para niños.

Algunas ediciones nuevas de libros antiguos retocan los textos para que resulten políticamente correctos. Es el caso de Los cinco, de Enid Blyton. ¿Qué le parece?

Que estamos generando adultos más infantiles. Y una atrocidad estética.

¿Cree que está bien planteado el tema de la lectura en el colegio?

No tengo ni idea.

¿Cómo enfoca el tema de la lectura con sus hijos?

Es que no tengo hijos, ni sobrinos. Pero lo haría como hizo mi madre conmigo: estimulando la curiosidad.

 

Verónica Puertollano es traductora, consultora y periodista.

 

 

 

 

Cuestionario Nido de ratones: Berta González de Vega

¿Cuál era su libro favorito de niña? 

Lo que te voy a decir es un poco triste, pero me acuerdo de los que no me gustaban para nada. Por ejemplo, los de Celia que mi madre quiso que me leyera porque le recordaban a su infancia. O una serie de ocho volúmenes de El Quijote en cómic, pero superpuesto a fotos. Me aburría mucho. Me bebía Los Hollister. Anteriores, no me acuerdo.

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¿Recuerda algún libro ilustrado con especial cariño?

No. Qué mala memoria. Sí tengo uno de Andersen muy antiguo que no sé cómo llegó, pero lo admiraba más como objeto que para leerlo. Tenía una serie de clásicos que tenían una página de texto y la de al lado de cómic que sí me gustaban. Y los de Famosas Novelas, claro, que ahora disfruta mi hijo mayor, hasta el punto de que hemos comprado más.

¿Quién le recomendaba libros cuando era pequeña?

¿Tendré Alzheimer? No me acuerdo. Creo que, en realidad, empecé a leer más cuando acompañaba a mi padre a la librería internacional de Torremolinos y entonces ya los elegía yo. Sí me acuerdo de cuando iba a Madrid, en casa de mis primas, poder leer los volúmenes de Esther.

¿Leía a escondidas? 

En el cuarto de baño. Mi madre no se creía lo que podía aguantar, jaja. Con la colección de Agatha Christie de los lomos verdes. Me metía  para ducharme y me pasaba una hora. Y hasta tarde por la noche.

¿Se compraba sus libros, iba a la biblioteca, tenía libros en casa…? 

En casa tuvimos la suerte de que mi padre siempre nos dijera que no teníamos límite para libros. De hecho, recuerdo que en la Librería Internacional teníamos una cuenta e íbamos apuntando y un par de veces al año mi madre llegaba y pagaba cifras que me parecían abultadas. En casa había muchos y en la biblioteca de mi abuelo, en Granada, también.

¿Tiene alguna anécdota de cuando era pequeña relacionada con los libros? 

Ahora que tengo un hijo preadolescente, me ha hecho recordar la obsesión que me entró con El Señor de los Anillos. Lo leímos tres amigos a la vez y hacíamos tertulias en el patio del colegio. Uno de ellos, Carlos Sisí, es ahora un autor de ciencia ficción de éxito. Sin embargo, a mí se me pasó aquello.

¿Qué tres libros para niños recomendaría?

Me encanta la serie de Mr Men. He leído muchos con mis hijos. Me encanta un libro que se llama The Worst Princess, que me regaló una amiga. Lo leo a menudo con mi hija. Y también nos gustan los de Oliver Jeffers.

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Algunas ediciones nuevas de libros antiguos retocan los textos para que resulten políticamente correctos. Es el caso de Los cinco, de Enid Blyton. ¿Qué le parece?  

Una estupidez.

¿Cree que está bien planteado el tema de la lectura en el colegio?

En el de mis hijos, británico, creo que sí. Aprenden a leer con una serie de libros siempre protagonizados por una familia y sus aventuras. En el colegio, además, tienen una biblioteca y también librerías en cada clase con cuentos. Este año, además, a cada clase le han puesto el nombre de un autor infantil. Los que acaban antes de hacer las tareas en clase, pueden ir a las librerías y elegir libros. Hay series inglesas fantásticas, como Horrible Histories, que son un chute de historia contada de forma divertida.

¿Cómo enfoca el tema de la lectura con sus hijos?

Jaja. Tengo a uno que hay que arrancarle los libros de la mano y que su plan favorito es «quedarse en casa y leer».  Curiosamente, el mediano, no lee cuando cree que nosotros esperamos de él que lo haga, pero cuando no estamos sus padres, sí que lo hace, aunque se niega a leer lo que le ha fascinando a su hermano mayor. En el cole dicen que lee mucho. Y la pequeña lleva el camino de su hermano mayor.

Berta sobre Berta:

Nazco en Madrid, donde recuerdo que, en uno de los pocos cumpleaños que me han celebrado, una tía me regala un diccionario de Anaya que estuvo muchos años por casa. A los ocho años, nos mudamos a Málaga, donde mi padre nos dijo que había niños que hacían vela y nosotros nos quedamos igual. Sólo fuimos marinos de vista. A los once, dejamos un ambiente de piso con jardín y niños –madres gritando desde las terrazas para subir a cenar– por una casa con mucho jardín, en una urbanización de costa donde no se conoce a los vecinos. Creo que eso me hizo una lectora voraz. No pudimos ser niños de la calle. Mis hermanos jugaban mucho al baloncesto en el jardín y leían menos. Ellos ensayaban entradas y bandejas y yo leía. A los 18 me marcho a Madrid a estudiar Periodismo y paso cinco años en el colegio mayor Poveda, que me marca mucho más que la Complutense, claro. Conservo muchas amigas de entonces y todas bastante lectoras. Teníamos una buena biblioteca y algunas nos pasábamos horas leyendo la prensa. Luego, en el Master de Relaciones Internacionales de la Ortega y Gasset, leo mucho sobre Oriente Medio. Me fascinaba. Me sigue pasando, pero mi capacidad es limitada y, con tres niños, dos trabajos y la necesidad de estar al tanto de la actualidad andaluza, es imposible que sepa ya nada de política internacional. Me fui a Sevilla con 24 años. Fueron años de un piso en San Bernardo donde llegaba el New Yorker con su plastiquito. Nos suscribimos pensando que era mensual. Recuperábamos lectura atrasada a veces en Sanlúcar, en fines de semana, en la Posada de Palacio. Leer oliendo a bodegas de manzanilla es una de esas sensaciones nostálgicas. En 2002 nos fuimos a Boston un año. Allí me hago más del Atlantic. Volvemos a Málaga, con tripa de ocho meses del primer hijo de tres. Volvieron los cuentos. Recuperamos los Mortadelos y los Asterix, los Tintines, los Lucky Luke. Y seguimos. Leyendo nosotros menos. Ellos, más. 

*El cuadro que ilustra la cabecera del cuestionario es un retrato de Berta leyendo en la playa que le hizo su cuñado Vicente el verano pasado.