Cuestionario Nido de ratones: Enrique García-Máiquez

¿Cuál era su libro favorito de niño?

Recuerdo a mi padre leyéndome poemas de Marinero en tierra antes de dormirme. Le pedía obsesivamente la “Nana de la tortuga”. Comenzaba así —lentamente— mi camino de poeta. Y renunciaba a la carrera de novelista, pues los cuentos no me interesaban. Mi padre, con gran paciencia, imagino, me leía la nana una y otra vez. Se me quedó grabada para siempre la música del verso en una voz varonil.

¿Recuerda algún libro ilustrado con especial cariño?

Recuerdo un cuarto ilustrado, no sé si vale. Mi madre recortó con cartulinas unos gatos y los empinados tejados de una ciudad con torres lejanas y grandes relojes, y los enmarcó, y los colgó en mi dormitorio. No sé si esos gatos habían salido de algún cuento, aunque maúllan en mi memoria con un inconfundible acento londinense, un tanto dickensiano, con deshollinadores, niebla, humo, sigilo y misterio, en el que me quedaba dormido.

¿Quién le recomendaba libros cuando era pequeño?

Desde muy pequeño, creo recordar, apliqué el método de las cerezas, esto es, que un libro que me ha gustado se traiga enganchado del rabito, como las picotas, otro libro o del mismo autor o de la misma colección o del mismo grupo literario. Sigue siendo mi método.

¿Leía a escondidas?

Sí, sí, sí. Pero esa fase de clandestinidad y aventura me parece posterior, de la adolescencia. Sí me recuerdo muy pequeño buscando un rincón en el patio del colegio para leer. Todavía es para mí un arcano cómo no fui un niño maltratado por mis compañeros, teniendo, como tenía, todas las papeletas. Qué buenos eran.

¿Se compraba sus libros, iba a la biblioteca, tenía libros en casa…?

A la biblioteca, no. Y lo lamento, porque podría haberme aprendido el caminito y habría ahorrado mucho en el futuro. En casa había libros, aunque no de niños. Los compraba con una temprana conciencia de ir formando mi biblioteca. Pronto empecé a ir al ortodoncista, a Cádiz, al Dr. Velázquez, y éste nos hacía esperar literalmente horas y horas en salón grandilocuente y cómodo. Cada visita, me compraba, justo antes de entrar, un libro nuevo, que leía allí. Aquellas mañanas de sábado fueron una delicia para mí y para mi creciente biblioteca. Además, como todo era tan lento, me daba tiempo a aprender muy bien la lección fundamental: que lo interesante es releer. No fue tan placentero para mi madre, que en un ataque de desesperación, decidió que no volveríamos jamás, dejándome la boca a medias. Por suerte, ya había terminado mi colección de Astérix y la de Tintín. Y pude sonreír por eso, si no por lo otro.

¿Tiene alguna anécdota de cuando era pequeño relacionada con los libros?

Hace dos o tres años, en una incursión de saqueo en la biblioteca paterna, di con la poesía completa de Alberti en la preciosa edición de Aguilar. La abrí y me encontré con que la cinta marcadora roja estaba aún en el viejo poema de la tortuga. Había dejado en esos cuarenta años una marca sobre el papel y desteñido un poco. Fue un golpe de emoción y memoria como de magdalena de Proust. Devolví el libro a su sitio, porque lo mejor me lo había llevado hacía muchos años.

¿Qué tres libros para niños recomendaría?

Marinero en tierra, de Rafael Alberti.

A Child’s Garden of Verses, de R. L. Stevenson

Y las historias del Génesis.

Enrique García-Máiquez

Algunas ediciones nuevas de libros antiguos retocan los textos para que resulten políticamente correctos. Es el caso de Los cinco, de Enid Blyton. ¿Qué le parece?

Detecto una falta increíble de fe progresista en esta costumbre de volverse continuamente sobre (contra) el pasado. Un progresista comme il faut debería tener más confianza en los libros actuales y en los del esplendente futuro que nos espera y dejar los de anteayer hundidos en su pozo de ignorancia, cerrazón y fanatismo, etc.

¿Cree que está bien planteado el tema de la lectura en el colegio?

Está mal planteado, pero es el mejor planteamiento. En el colegio se trata de poner los cimientos para una vida de lector futura y, por eso, insisten en el dominio de unos instrumentos de lectura y, en los manuales, en la historia de la literatura. El lector verdadero tiene una relación mucho más caótica y placentera con los libros, con los que convive. Pero hay que reconocer que sin unos cimientos sólidos no se puede construir, en el segundo piso, una buena biblioteca.

Me dan bastante miedo, por tanto, esos intentos de hacer muy amable la lectura en la escuela. Diría que, en vez de cimientos de hormigón, se propone una tienda de campaña para una acampada o una excursión.

¿Cómo enfoca el tema de la lectura con sus hijos?

Están aprendiendo a leer, así que todavía no hemos enfocado. Su madre les cuenta cuentos sin parar. Cuando me toca acostarlos a mí, me voy a su cuarto con el libro que estoy leyendo en ese momento y leo en voz alta. Les gusta casi igual. Y yo excuso mi egoísmo pensando que la pasión de su padre y la lluvia incesante de la gran literatura no van a dejar de calarles en el alma.

Enrique sobre Enrique:

Nací en una familia bastante bien, pero no tanto como para no sentir unas décimas de emocionante y austiniana angustia social. Mi madre estuvo malísima y se curó. La carrera no me gustaba y me acabó gustando. No me pensaba capaz de escribir poesía y la escribí. Las oposiciones se presentaban negras, pero las saqué. Mi novia me dejaba cada dos por tres hasta que se casó conmigo. No teníamos hijos y los tuvimos. Últimamente no escribo poesía, aunque…

*La ilustración de la portada es de Carmen, la hija de Enrique. Le pidieron en el colegio que dibujase a su padre haciendo lo que más le gustaba y la niña, que lo conoce bien, lo dibujó yendo a misa (con ella). 

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